Del libro de la Imitación de Cristo
(Libro 2, 2-3) Sobre la humildad y la paz
(Libro 2, 2-3) Sobre la humildad y la paz
Humilde sumisión
No te preocupes demasiado por saber quien está por ti o contra ti; busca más bien que Dios esté contigo en todo lo que haces.
Ten la
conciencia tranquila y Dios te defenderá, con toda seguridad. Ninguna
maldad podrá dañar a quien Dios ayuda.
Si sabes
callar y sufrir, sin duda recibirás la ayuda del Señor.
Él sabe cuándo y cómo
ha de librarte, y por eso tú debes someterte a Él.
Es propio
de Dios ayudar y librar de toda confusión y angustia.
A veces
es muy provechoso, para conservar la humildad, que otros conozcan y reprendan
nuestros defectos.
Cuando el
hombre se humilla por sus defectos, fácilmente apacigua a otros y sin dificultad tranquiliza a los
que están enojados contra él.
Dios
protege y salva al humilde, lo ama y lo consuela; se inclina hacia el hombre
humilde, le concede su gracia y, después de su humillación, lo eleva a la
gloria.
Dios
revela sus secretos al humilde y lo invita y atrae bondadosamente hacia sí.
El
humilde, aun después de recibir una injuria, mantiene la tranquilidad, porque
su confianza está en Dios y no en los hombres.
No
pienses que has adelantado algo si no te estimas inferior a todos.
Hombre bueno y
pacífico
Tú,
primero, vive en paz y después podrás pacificar a los demás.
Es más
útil un hombre que trabaja por conseguir la paz que uno muy letrado.
El hombre
que se deja dominar por sus pasiones hasta el bien lo convierte en mal y ve el mal en todo.
El hombre
bueno y pacífico convierte todas las cosas en bien.
El que
está en paz no piensa mal de nadie. En cambio, el disgustado e inquieto es
atormentado por muchas sospechas; ni descansa él ni deja descansar a los demás.
Muchas
veces dice lo que no debería decir y deja de hacer lo que convendría hacer.
Se fija en lo que deben
hacer los demás y descuida el cumplimiento de sus propias obligaciones.
En primer
lugar preocúpate en ser celoso para cumplir tus obligaciones y sólo después,
con justicia, podrás ocuparte de exigir a los demás.
Tú sabes
muy bien excusar y disimular tus faltas, pero no quieres oír ni admitir las
disculpas de los demás.
Sería más
justo que te acusaras a ti mismo y excusaras a tu hermano.
Si quieres que los
demás te soporten, sopórtalos tú primero.