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martes, 30 de agosto de 2011

Imitar a Cristo

 Del libro de la Imitación de Cristo
                          Pensar en el juicio de Dios para no envanecernos del bien


(Libro 3, 14)
Tus juicios, Señor, me aterran como si fueran truenos;
estremecen de temor y temblor todos mis huesos y mi alma se llena de pavor.
Estoy asombrado y considero que ni siquiera los cielos deben ser puros en Tu presencia.
Si hallaste maldad en los ángeles y no los perdonaste, qué será de mí?

Cayeron las estrellas del cielo y yo, que soy polvo, ¿qué presumo?
Aquellos, cuyas obras parecían dignas de alabanza,
desaparecieron en el abismo,
y otros, que comían el pan de los ángeles,
los vi deleitarse con las bellotas que tragan los cerdos.

En verdad, Señor, no hay ninguna santidad, si apartas Tu Mano.
De nada servirá la sabiduría, si Tú no la gobiernas.
De nada aprovechará la fortaleza, si Tú no la sostienes.
No habrá castidad segura, si Tú no la proteges.

Todo control de sí mismo será inútil, si falta Tu Santa vigilancia.
Abandonados a nosotros mismos, nos sumergimos y perecemos;
ayudados, cobramos fuerzas y vivimos.

Somos por naturaleza inestables, pero, si Tú nos das una mano seremos firmes, y si nos entibiamos, Tú nos inflamarás.

¡Oh, cuán poco y bajamente debo juzgarme a mí mismo!
¡En qué pobre consideración debo tener lo bueno que tal vez haya hecho!
¡Oh, Señor! Cuán profundamente me debo anegar en el abismo de Tus juicios donde encuentro que no soy otra cosa que nada, y aun menos que nada.
Es cosa grande, que supera toda medida; es un océano insondable en el cual no hallo de mí otra cosa que una nada total.
¿Por qué entonces me enorgullezco tanto? ¿Por qué confío tanto en mi virtud?
Toda vanagloria debe anegarse en la profundidad de los juicios que Tú tienes acerca de mí.

¿Qué es todo hombre en Tu presencia? ¿Por ventura podrá el barro gloriarse contra el que lo trabaja? (cfr. Is. 45, 9)

¿Cómo puede engreírse con inútiles alabanzas
el corazón que está de verdad sujeto a Dios?

Ni el mundo entero hará ensoberbecer al hombre subyugado por la verdad;
ni moverá, por mucho que lo alaben, al que ha puesto toda su esperanza en Dios.
Porque, todos los que adulan, también son nada;
desaparecerán con el sonido de sus palabras,
pero la verdad del Señor permanece para siempre (Sal 116, 2)

domingo, 21 de agosto de 2011

El Santo Rosario

Origen e historia de esta devoción:
En la antigüedad, los romanos y los griegos solían coronar con rosas a las estatuas que representaban a sus dioses como símbolo del ofrecimiento de sus corazones. La palabra “rosario” significa "corona de rosas".
Siguiendo esta tradición, las mujeres cristianas que eran llevadas al martirio por los romanos, marchaban por el Coliseo vestidas con sus ropas más vistosas y con sus cabezas adornadas de coronas de rosas, como símbolo de alegría y de la entrega de sus corazones al ir al encuentro de Dios. Por la noche, los cristianos recogían sus coronas y por cada rosa, recitaban una oración o un salmo por el eterno descanso del alma de las mártires.
La Iglesia recomendó rezar el rosario, el cual consistía en recitar los 150 salmos de David, pues era considerada una oración sumamente agradable a Dios y fuente de innumerables gracias para aquellos que la rezaran. Sin embargo, esta recomendación sólo la seguían las personas cultas y letradas, pero no la mayoría de los cristianos. Por esto, la Iglesia sugirió que aquellos que no supieran leer, suplantaran los 150 salmos por 150 Avemarías, divididas en quince decenas. A este “rosario corto” se le llamó “el salterio de la Virgen”.

A finales del siglo XII, Santo Domingo de Guzmán sufría al ver que la gravedad de los pecados de la gente estaba impidiendo la conversión de los albigenses y decidió ir al bosque a rezar. Estuvo en oración tres días y tres noches haciendo penitencia y flagelándose hasta perder el sentido. En este momento, se le apareció la Virgen con tres ángeles y le dijo que la mejor arma para convertir a las almas duras no era la flagelación, sino el rezo de su salterio.
Santo Domingo se dirigió en ese mismo momento a la catedral de Toulouse, sonaron las campanas y la gente se reunió para escucharlo. Cuando iba a empezar a hablar, se soltó una tormenta con rayos y viento muy fuerte que hizo que la gente se asustara. Todos los presentes pudieron ver que la imagen de la Virgen que estaba en la catedral, alzaba tres veces los brazos hacia el Cielo. Santo Domingo empezó a rezar el salterio de la Virgen y la tormenta se terminó.

En otra ocasión, Santo Domingo tenía que dar un sermón en la Iglesia de Notre Dame en París con motivo de la fiesta de San Juan y, antes de hacerlo, rezó el Rosario. La Virgen se le apareció y le dijo que su sermón estaba bien, pero que mejor lo cambiara y le entregó un libro con imágenes, en el cual le explicaba lo mucho que gustaba a Dios el rosario de Avemarías porque le recordaba ciento cincuenta veces el momento en que la humanidad, representada por María, había aceptado a su Hijo como Salvador.
Santo Domingo cambió su homilía y habló de la devoción del Rosario y la gente comenzó a rezarlo con devoción, a vivir cristianamente y a dejar atrás sus malos hábitos.

Santo Domingo murió en 1221, después de una vida en la que se dedicó a predicar y hacer popular la devoción del Rosario entre las gentes de todas las clases sociales para el sufragio de las almas del Purgatorio, para el triunfo sobre el mal y prosperidad de la Santa Madre de la Iglesia.
El rezo del Rosario mantuvo su fervor por cien años después de la muerte de Santo Domingo y empezó a ser olvidado.
En 1349, hubo en Europa una terrible epidemia de peste a la que se le llamó ¨la muerte negra” en la que murieron muchísimas personas.
Fue entonces cuando el fraile Alan de la Roche, superior de los dominicos en la misma provincia de Francia donde había comenzado la devoción al Rosario, tuvo una aparición, en la cual Jesús, la Virgen y Santo Domingo le pidieron que reviviera la antigua costumbre del rezo del Santo Rosario. El Padre Alan comenzó esta labor de propagación junto con todos los frailes dominicos en 1460. Ellos le dieron la forma que tiene actualmente, con la aprobación eclesiástica. A partir de entonces, esta devoción se extendió en toda la Iglesia.

¿Cuándo se instituyó formalmente esta fiesta?
El 7 de octubre de 1571 se llevó a cabo la batalla naval de Lepanto, en la cual los cristianos vencieron a los turcos. Los cristianos sabían que si perdían esta batalla, su religión podía peligrar y por esta razón confiaron en la ayuda de Dios a través de la intercesión de la Santísima Virgen. El Papa San Pío V pidió a los cristianos rezar el rosario por la flota. En Roma estaba el Papa despachando asuntos cuando de repente se levantó y anunció que la flota cristiana había sido victoriosa. Ordena el toque de campanas y una procesión. Días más tarde llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo cristiano. Posteriormente, instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias el 7 de octubre.

Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario y determinó que se celebrase el primer domingo de Octubre (día en que se había ganado la batalla). Actualmente se celebra la fiesta del Rosario el 7 de Octubre y algunos dominicos siguen celebrándola el primer domingo del mes.

                                                                                            
Fuente: Catholic.net

martes, 2 de agosto de 2011

... y nos olvidamos de vivir

Nos acostumbramos
Nos acostumbramos a vivir en nuestra casa y a no tener otra vista que no sean las ventanas de los edificios que nos rodean.
Y como estamos acostumbrados a no ver más que ventanas y edificios, nos acostumbramos a no mirar hacia afuera.                        
Como no miramos hacia afuera,
nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas.       
Al no abrir completamente las cortinas
nos acostumbramos a encender la luz antes.
Nos acostumbramos tanto,       
que olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos el paisaje.
Nos acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde. 
A tomar rápido el desayuno porque llegamos tarde.    
A comer un sándwich porque no tenemos tiempo para comer a gusto.
A salir del trabajo cuando ya anocheció.
A cenar rápido y dormir con el estómago pesado sin haber vivido el día,
porque tenemos que ir a trabajar temprano.
Nos acostumbramos a esperar un “no puedo" en el teléfono. 
A sonreír sin recibir una sonrisa de vuelta.  
A ser ignorados cuando necesitamos ser vistos.   
Si el trabajo resulta duro, nos consolamos pensando en el fin de semana.
Y cuando llega el fin de semana, 
nos aburrimos y deseamos que llegue el lunes para ir a trabajar.
Nos acostumbramos tanto a este estilo de vida,  
que parece que estamos ahorrando vida por miedo a gastarla,   
y  al final, nos olvidamos de vivir.
“Acuérdate de tu Creador 
ahora que eres joven. 
Acuérdate de tu creador
antes que vengan los días malos. 
Llegará el día en que digas: 
“No da gusto vivir tantos años”
Eclesiastés 12:1  
"La muerte está tan segura de su victoria que nos da toda una vida de ventaja"
                                             Anónimo