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martes, 5 de marzo de 2013

Oración, ayuno y misericordia



De los Sermones de San Pedro Crisólogo, obispo

Sermón 43:   LO QUE PIDE LA ORACIÓN  LO  ALCANZA EL AYUNO Y  LO  RECIBE  LA  MISERICORDIA.



Tres cosas hay, hermanos, por las que se mantiene la fe, se conserva firme la devoción, persevera la virtud.

Estas tres cosas son la oración, el ayuno y la misericordia.
Lo que pide la oración lo alcanza el ayuno y lo recibe la misericordia.
Oración, misericordia y ayuno: son tres cosas que son una sola, que se vivifican una a otra.

El ayuno es el alma de la oración, la misericordia es lo que da vida al ayuno. Nadie intente separar estas cosas, 
pues son inseparables. El que sólo practica una de ellas, o no las practica simultáneamente, es como si nada hiciese. Por tanto, el que ora que ayune también, el que ayuna que practique asimismo la misericordia.

Quien desea ser escuchado en sus oraciones que escuche él también a quien le pide, pues el que no cierra sus oídos a las peticiones del que le suplica,  abre los de Dios a sus propias peticiones.

El que ayuna que  procure entender  el sentido  del  ayuno:  que se haga sensible al hambre de los demás, 
si quiere que  Dios sea  sensible a la suya;   si espera  alcanzar misericordia,  que  él también la tenga;  
si espera piedad, que él también la practique; si espera obtener favores de Dios, que él también sea dadivoso.
Es un mal solicitante el que espera obtener para sí,  lo que él niega a los demás.

Hombre,  sé  para  ti  mismo  la  medida  de  la  misericordia;  de  este  modo,  alcanzarás  misericordia 
del modo que quieras, en la medida que quieras, con la presteza que quieras; tan sólo es necesario que tú te compadezcas de los demás con la misma presteza y del mismo modo.

Hagamos, por consiguiente, que la oración, la misericordia y el ayuno sean los tres juntos nuestro patrocinio ante Dios, los tres juntos nuestra defensa, los tres juntos nuestra oración bajo tres formas distintas.

Reconquistemos con  nuestro ayuno lo que  perdimos por no saberlo apreciar;  inmolemos  con el  ayuno nuestras almas,  ya que  éste es el mejor sacrificio que podemos  ofrecer a Dios,  como atestigua  el salmo:   
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias.

Hombre,  ofrece  a  Dios  tu  alma,  ofrécele  el  sacrificio  del  ayuno,  para  que  sea  una  ofrenda  pura, 
un sacrificio santo,  una víctima viva que,  sin salirse de ti mismo,  sea ofrecida a Dios.  
No tiene excusa el que niega esto a Dios, ya que está en manos de cualquiera el ofrecerse a sí mismo.

Mas,  para que esto sea acepto a  Dios,  al ayuno debe acompañar  la misericordia;  el ayuno  no da  fruto 
si no es regado por la misericordia, se seca sin este riego: lo que es la lluvia para la tierra, esto es la misericordia para el ayuno. Por más que cultive su corazón, limpie su carne, arranque sus malas costumbres, siembre las virtudes, si no abre las corrientes de la misericordia, ningún fruto recogerá el que ayuna.

Tú  que ayunas,  sabe que  tu campo,  si  está  en ayunas  de misericordia,  ayuna  él  también; 
en cambio, la liberalidad de tu misericordia redunda en abundancia para tus graneros.   
Mira, por tanto, que no salgas perdiendo,  por querer guardar para ti,  antes procura recolectar a largo plazo;  
al dar al pobre das a ti mismo, y lo que no dejas para los demás no lo disfrutarás tú luego.

1 comentario:

casgpy2.blogspot.com dijo...

Dios no proporciona frutos...
solo nos da las semillas para que las sembremos..
y lo que sembramos, Él le da crecimiento,
y cosechamos lo que hemos sembrado...