De la
Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sales,
obispo
(Parte 1, cap. 3)
LA DEVOCIÓN
SE HA DE EJERCITAR DE
DIVERSAS MANERAS
En la misma creación, Dios creador mandó a las plantas
que diera cada una fruto según su propia especie: así también mandó a los
cristianos, que son como las plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera un
fruto de devoción conforme a su calidad, estado y vocación.
La devoción, insisto, se ha de ejercitar de diversas
maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un criado o
de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer
casada. Más aún: la devoción se
ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones
particulares de cada uno.
Dime, te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los
obispos quisieran vivir entregados a la soledad,
al modo de los cartujos; que los casados no se
preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un
obrero se pasara el día en la
Iglesia, como un religioso;
o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la
manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades
del prójimo.
Una tal devoción ¿por si acaso no sería algo ridículo,
desordenado e inadmisible?
Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más
frecuente.
No ha de ser así; la devoción, en efecto, mientras sea auténtica y sincera, nada
destruye,
sino que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna
vez resulta de verdad contraria a la vocación
o estado de alguien, sin duda es porque se trata de
una falsa devoción.
La
abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan
íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado.
Lo mismo,
y mejor aún, hace la verdadera vocación: ella no destruye ninguna clase de
vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y embellece.
Del mismo modo que algunas piedras preciosas bañadas
en miel se vuelven más fúlgidas y brillantes, sin perder su propio color, así
también el que a su propia vocación junta la devoción se hace más agradable a
Dios y más perfecto.
Esta devoción hace que sea mucho más apacible el
cuidado de una familia,
que el amor mutuo entre marido y mujer sea más
sincero,
que la sumisión debida a los gobernantes sea más leal,
y que todas las ocupaciones,
de cualquier clase que sean, resulten más llevaderas y
hechas con más perfección.
Es, por tanto, un error, por no decir una herejía, el
pretender excluir la devoción de los regimientos militares, del taller de los
obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias;
hay que admitir, amadísima Filotea, que la devoción
puramente contemplativa, monástica y religiosa no puede ser ejercida en estos
oficios y estados; pero, además de este triple género de devoción, existen
también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida
seglar.
Así pues, en cualquier situación en que nos hallemos,
debemos y podemos aspirar a la vida de perfección.