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martes, 28 de enero de 2014

Ejemplo de todas las virtudes

 EN LA CRUZ HALLAMOS EL EJEMPLO DE TODAS LAS VIRTUDES


¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros?
Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir:
        la una, para remediar nuestros pecados; 
        la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.

En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

Si buscas un ejemplo de amor:   Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos.
Esto es lo que hizo Cristo en la cruz.    Y por esto, si Él entregó su vida por nosotros,
no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por Él.
  
Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: Él, que era dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte:
Como por la desobediencia de un solo hombre −es decir, de Adán− todos los demás quedaron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos quedaron constituidos justos.


Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que siendo Rey, y en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, se deja colgar desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien, finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.


No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se reparten mi ropa; ni a los honores, ya que Él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que, entretejiendo una corona de espinas, la pusieron sobre mi cabeza; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.

                   De las Conferencias de Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia

domingo, 26 de enero de 2014

Como practicar la devoción


De la Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sales, obispo

                                                                              (Parte 1, cap. 3)  
 LA DEVOCIÓN SE HA DE EJERCITAR DE DIVERSAS MANERAS

En la misma creación, Dios creador mandó a las plantas que diera cada una fruto según su propia especie: así también mandó a los cristianos, que son como las plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera un fruto de devoción conforme a su calidad, estado y vocación.

La devoción, insisto, se ha de ejercitar de diversas maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer casada. Más aún: la devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno.

Dime, te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los obispos quisieran vivir entregados a la soledad,

al modo de los cartujos; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la Iglesia, como un religioso;
o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo.

Una tal devoción ¿por si acaso no sería algo ridículo, desordenado e inadmisible?



Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente.

No ha de ser así;  la devoción, en efecto,  mientras sea auténtica y sincera, nada destruye,

sino que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna vez resulta de verdad contraria a la vocación

o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una falsa devoción.

La abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado.

Lo mismo, y mejor aún, hace la verdadera vocación: ella no destruye ninguna clase de vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y embellece.

Del mismo modo que algunas piedras preciosas bañadas en miel se vuelven más fúlgidas y brillantes, sin perder su propio color, así también el que a su propia vocación junta la devoción se hace más agradable a Dios y más perfecto.
Esta devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de una familia,

que el amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero,

que la sumisión debida a los gobernantes sea más leal, y que todas las ocupaciones,

de cualquier clase que sean, resulten más llevaderas y hechas con más perfección.

Es, por tanto, un error, por no decir una herejía, el pretender excluir la devoción de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias;

hay que admitir, amadísima Filotea, que la devoción puramente contemplativa, monástica y religiosa no puede ser ejercida en estos oficios y estados; pero, además de este triple género de devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida seglar.



Así pues, en cualquier situación en que nos hallemos, debemos y podemos aspirar a la vida de perfección.